La sonrisa

Iba en bicicleta cuando a 100 metros

 (porque todos tenemos una capacidad sorprendente para ubicar personas que nos resultan atractivas) 

divisé a una mujer de pelo anaranjado y tes blanquiñosa.

 Lo primero que pensé, ya que venía en mi dirección en un encuentro inevitable, fue “actúa normal”. La mayoría de las veces que pienso eso no logro ¡al contrario! actúo todo menos normal. Esta ves me ligó... mas o menos, porque empecé a zig zagear en un intento de llamar su atención y de paso descargar la emoción que sentía.

De pronto estuvimos a corta distancia y la miré sin expresión alguna de frente a sus ojos azules, ella devolvió la mirada, me sonrió y con un acento gringo me dijo “hOla”. Mi reflejo incontenible fue una sonrisa. Lastimosamente iba en bicicleta así que todo duro pocos pero gloriosos segundos. 

Una pedaleada después mi mente comenzó a hablar con acento español: 
Pero coño joder ¡Qué tia para más linda! 

Me puse a pensar que nadie en lima le sonríe a extraños en la calle y menos aún, los saludan… ¡y con lo simple que es ser amistoso!

 Pensé que debía volver, voltear mi bicicleta, pedalear hasta ella y decirle:

Pero mientras más me alejaba más extraño se sentía hacerlo. En verdad era una mujer medianamente atractiva, un tanto menor que yo y de curvas poco pronunciadas pero me sentí flechado por cupido. Todo por una sonrisa amable y un “hOla”. 

Miren, no es que sea enamoradizo, ni busco pareja,  pero esa sonrisa y su saludo rompieron toda la frialdad limeña que cargo conmigo y que se refleja en mis gestos. Pronto, me vi saludando al wachiman que se presentó una cuadra más adelante y a una señora que sin voltear me correspondió el saludo. 

Esa sonrisa no fue nada y a la vez, todo. Una simple sonrisa, un pequeñísimo gesto de amabilidad inocente y bienintencionada es lo que falta aquí. 

Menos huevadas, rollos internos, roches, timidez y frialdad aseguro que nos llevarán muy lejos.